Bogotá desde Monserrate
Por: Joaquín Reyes Posada
"El que a Bogotá no ha ido con su novia a Monserrate", como dice el bambuco, no sabe de lo que se ha perdido. Es uno de los programas más atractivos. Ascender por el teleférico, abandonar la ciudad y verla imponente y bella, extendida sobre la sabana que una vez dejó deslumbrado al conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada. Al llegar a la estación, se observa la iglesia del Cristo de los Caídos que formó parte de las construcciones religiosas relacionadas con el Jubileo del año 2000. Por tal razón aumentó el número de turistas que llegaron a visitarla, acercándose a menos de 2.600 metros de las estrellas. Es realmente fascinante. Todos los fines de semana, y de manera especial los domingos, la romería de visitantes resulta incalculable. Ascienden a pie, en funicular o en teleférico, llegan a pagar una promesa, a saborear un exquisito plato en el restaurante San Isidro o a degustar una golosina en medio del aire fresco.
También llegan a Monserrate a mirar la ciudad con aire de excusable prepotencia, extasiados en el paisaje sabanero que nos llena de orgullo y emoción. Desde allí se siente la majestad de la naturaleza en comunión con el espacio urbano de Bogotá, ciudad turística por excelencia, enriquecida en los últimos meses por un cambio de imagen que la hace a los ojos de propios y extraños una urbe amable. Ahora se puede caminar a gusto a través de amplias aceras, mientras se trabaja por una cultura que hace prevalecer al hombre sobre el automóvil y se lucha por resolver el atafago vehicular al tiempo que se construyen ciclorutas. La bicicleta, sin duda, llegará pronto a ser un medio alternativo de desplazamiento por la ciudad, saludable y efectivo.
Y así, a rueda suelta, seguirán produciéndose hechos sorprendentes que harán de Bogotá no sólo la primera ciudad turística de Colombia, sino una de las estaciones preferidas de miles de extranjeros que vendrán a apreciar el renacimiento de su entorno urbano. Esto será realidad cuando se logre sepultar el caos en aras de la convivencia y la civilidad que tanto beneficio otorga.
Andenes para la gente reza el mensaje publicitario. A medida que las obras avanzan, se acrecienta la autoestima de la gente por Bogotá. La etapa de duras críticas ha cedido para dar paso a comentarios positivos. Cuando la ciudad nos cale en lo más hondo de nuestros afectos, cuando entendamos que vale la pena un mínimo esfuerzo para buscar el parqueadero más cercano, cuando dejemos la mala costumbre de arrojar basuras sobre las vías, ahora entapetadas con nuevo pavimento, cuando aprendamos a reconocer que agresividad e intolerancia sólo lesiona a quien practica dichas conductas, cuando en días soleados salgamos a las ciclovías a respirar aire puro, cuando aprovechemos civilizadamente el patrimonio cultural y valoremos a esta querida ciudad que hoy es de todos y al mismo tiempo de nadie pero que en buena hora cambia para beneficio común, ese día se habrá producido una verdadera revolución urbana que nadie podrá ya detener.