sábado, 16 de noviembre de 2013
Las caries de la séptima
Por: Joaquín Reyes Posada
La carrera séptima entre calles 40 y 60 parece hoy una zona de postguerra. Un paisaje de casas centenarias prácticamente destruidas, sometidas al paso del tiempo, a la humedad y a la herrumbre. En lenguaje de odontólogo, una dentadura invadida de caries, amarillenta y con un sarro difícil de tratar. Así se ve en ambos costados. Al caminar por el sector se constata el abandono por parte de sus propietarios de las viejas casonas, asunto que requeriría intervención inmediata de la administración distrital porque a ella quizá también le cabe su cuota de responsabilidad por permitir semejante situación, cuando debería preocuparse por exigirles adecuado mantenimiento y un buen estado de conservación en este tramo tan importante.
Uno de los rasgos distintivos de una ciudad moderna y en desarrollo, es el cuidado de las fachadas en todo tipo de construcciones. En otros lugares del mundo constituye un orgullo para sus ciudadanos, quienes dedican muchas horas a su cuidado y limpieza. Al comparar -aunque resulte odioso- con ciudades europeas o norteamericanas, en estas prima un riguroso sentido de la estética urbana, o en ciudades asiáticas cuya legendaria historia puede apreciarse en toda su belleza. No es posible que se permitan en Bogotá construcciones tan heterogéneas, abandonadas a su suerte, ciegas sus ventanas porque han sido selladas y tapadas con cemento, tablas o cartones, como si se trataran de tugurios en zonas marginales.
Y algo más lamentable aún. Pintarrajeadas en forma insolente por enloquecidos “grafiteros” que sólo buscan descargar su neurosis sobre las paredes. Con razón lo establece el dicho popular “La pared y la muralla, son el papel de la canalla”. Verdaderos artistas respetan las normas estéticas y sus grafitis son creaciones que a diferencia, se constituyen en obras que embellecen la ciudad aunque en contados casos se observan materializadas. La mayoría de mamarrachos de la séptima, aquellos que se estampan en fachadas de edificios o locales comerciales en las manifestaciones callejeras, desde la calle 26 hasta la Plaza de Bolívar, son imágenes burdas o letreros ofensivos que ultrajan la retina y atentan contra una cultura urbana que la gran mayoría de personas quiere profesar por su ciudad.
Es hora señor alcalde, que usted transite por la carrera séptima en el tramo mencionado y verifique los adefesios arquitectónicos que pondrían a llorar a muchos y a los restauradores modernos a trabajar en su recuperación. A mí me da tristeza recorrer la zona con mi cámara fotográfica, la extensión de mis ojos, y observar el lamentable deterioro de uno de los sitios emblemáticos de Bogotá. Si algún día tendremos tranvía eléctrico o metro, ojalá esa escenografía desventurada haya sido restaurada con el propósito de hacerla grata a la vista.
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